jueves, 26 de junio de 2008

NICUENTO: LOS CABALLOS

"Sobre los techos duermen las estrellas" (Nicuentos,inèdito...)
Recuerdos vienen como pequeños soplos, escenas de caballos enloquecidos trotando entre los arreboles, y un mocetòn tratando en vano de lacear alguno, lo cual era ni màs ni menos una empresa demasiado difìcil: era su primer trabajo como perseguidor de rayos y sueños imposibles...
Ahì estaba el patròn observando cada uno de sus movimientos.
Desde la terraza en construcciòn, comprendiò que lo estaban mirando y empezò a dirigir el lazo con mayor celeridad. Tuvo miedo. Miedo de ser despedido. Pensaba en su madre, en sus hermanos, todos esperanzados en èl.De soslayo, miraba pasar hermosas mujeres como sacadas de un cuento demasiado bello para ser verdad. Tambièn el pasar veloz de los microbuses. No. No sería despedido porque tenìa un corazòn potro alazàn, fuerte y triunfador, y nadie podrìa dejarlo cesante, menos en su primer dìa.Ese primer dìa que parecìa no acabar nunca, aunque èl igual se mantenìa erguido, diestro, y de reojo miraba los caballos rosados, bermejos, atravesando los campos inundados de hierba roja...Jamàs habìa sentido en su cuerpo tanto calor, tanto sudor. De repente, tuvo la impresiòn de que terminarìa hecho una bolsa de humo sobre la vereda por donde pasaba la gente presurosa y confiada...Sintiò ganas de llorar. Gritar. Gemir. Le dolìan las manos de tanto mezclar arena, cemento y agua. El mundo, en forma lenta, se estaba acabando. Era un suplicio. Otra vez arrojò la mirada hacia los caballos, pero ya no los vio: un manto de niebla y cisco le habìan reemplazado...
-Te puedes ir.-Gracias...-Vuelve mañana.
Bajò de prisa los escalones del edificio La Alborada. Se fue directo hacia la Alameda de las Delicias con Amunàtegui para tomar el micribùs que lo llevarìa a casa. El corazòn le palpitaba alborozado. Le darìa un beso a su madre, mirarìa a sus hermanos con alegrìa. Ahora todo iba a cambiar porque al dìa siguiente otra vez estarìan los caballos rosas, bermejos, corriendo por la llanura rojiazulada del cielo...
Carlos Ordenes Pincheira

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